Nuestra ciudadanía celestial

Este pasaje es una de las declaraciones más consoladoras y edificantes para los creyentes, ya que establece dos verdades fundamentales.

PERSONAS CON PODER

9/30/20244 min read

Filipenses 3 20:21
Filipenses 3 20:21

El apóstol Pablo, en su carta a los filipenses, presenta una enseñanza clave sobre la identidad cristiana y la esperanza futura, expresada de manera poderosa en Filipenses 3:20-21. Este pasaje es una de las declaraciones más consoladoras y edificantes para los creyentes, ya que establece dos verdades fundamentales: nuestra ciudadanía celestial y la transformación gloriosa que experimentarán nuestros cuerpos. Estas verdades, aunque antiguas, siguen resonando profundamente en el corazón de la fe cristiana hoy en día.

1. Nuestra Ciudadanía en los Cielos

Pablo comienza este pasaje afirmando: "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos" (Filipenses 3:20). Esta declaración, aunque corta, tiene profundas implicaciones sobre nuestra identidad y propósito en este mundo. Para comprender la magnitud de lo que Pablo dice, debemos recordar que, en la época del Imperio Romano, la ciudadanía romana era un privilegio muy apreciado, otorgaba derechos especiales y protección legal. Ser ciudadano de Roma era motivo de orgullo y seguridad.

Sin embargo, Pablo aquí establece una distinción radical. Aunque muchos de sus lectores podrían haber sido ciudadanos romanos, él les recuerda que su ciudadanía más importante no es la terrenal, sino la celestial. Para los cristianos, su identidad suprema no está arraigada en un reino terrenal o una nación, sino en el reino de los cielos. Esto significa que nuestra lealtad principal, nuestros valores y nuestras metas deben alinearse con las del reino de Dios, no con las del mundo.

Este concepto tiene gran relevancia en la actualidad. Vivimos en un mundo donde las divisiones nacionales, políticas y culturales parecen dominar nuestras vidas. Sin embargo, para los cristianos, la verdadera patria no es un país en la tierra, sino el reino de Dios. La ciudadanía celestial nos invita a vernos a nosotros mismos y a nuestras circunstancias desde una perspectiva eterna. Estamos llamados a vivir como embajadores de este reino, reflejando los valores del amor, la justicia y la santidad que definen el reino de Dios.

2. Esperamos al Salvador

Pablo continúa diciendo que, desde el cielo, "también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo" (Filipenses 3:20). Esta declaración subraya la actitud de espera activa que debe caracterizar a los cristianos. No estamos simplemente viviendo en este mundo, sino esperando la segunda venida de Cristo. La expectativa del regreso de Jesús no es solo un concepto teológico, sino una fuente de esperanza diaria para el creyente.

El término "esperar" en este contexto no implica pasividad. No es una espera vacía, sino una espera activa y anticipada, como la de una novia que se prepara para la llegada de su esposo. Estamos llamados a vivir de manera que nuestra vida diaria refleje nuestra esperanza en el regreso de Cristo, esforzándonos por hacer su voluntad y mantenernos fieles a Él.

La segunda venida de Cristo es un elemento central en la esperanza cristiana, ya que marca el cumplimiento de las promesas de Dios. Cuando Él venga, pondrá fin a todas las injusticias, sufrimientos y dolor que experimentamos en este mundo, restaurando todas las cosas según su perfecta voluntad.

3. La Transformación Gloriosa de Nuestros Cuerpos

El versículo 21 de Filipenses 3 continúa con una promesa asombrosa: Jesús "transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya". Aquí Pablo introduce el concepto de la transformación física y gloriosa que los creyentes experimentarán en la resurrección.

En la actualidad, nuestros cuerpos están sujetos a la debilidad, el dolor y la muerte. Experimentamos enfermedades, sufrimientos y el inevitable deterioro de la edad. Pero Pablo nos asegura que, cuando Cristo regrese, estos cuerpos de humillación serán transformados para ser como el cuerpo glorificado de Cristo. Esto nos remite a la resurrección de Jesús, cuando su cuerpo fue levantado de entre los muertos, no solo restaurado, sino glorificado.

Este cuerpo glorioso no estará sujeto a la corrupción, el sufrimiento ni la muerte. Será un cuerpo perfecto, preparado para la eternidad. Pablo subraya que esta transformación será posible "por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas" (Filipenses 3:21). Este es el poder soberano de Cristo, el mismo poder que sostiene el universo, el que traerá esta gloriosa transformación.

4. Vivir en la Esperanza del Futuro

Las verdades presentadas en Filipenses 3:20-21 no son solo teología abstracta; son una fuente de consuelo y motivación práctica para nuestra vida diaria. Saber que somos ciudadanos del cielo debería influir en cómo vivimos, cómo interactuamos con el mundo y cómo tratamos a los demás. Si nuestra identidad está en el cielo, deberíamos buscar vivir de acuerdo con los principios de ese reino.

Además, la esperanza en la segunda venida de Cristo y la promesa de la transformación gloriosa de nuestros cuerpos nos anima a perseverar en medio de las dificultades y el sufrimiento. No importa cuán difíciles sean nuestras circunstancias actuales, sabemos que tenemos un futuro glorioso asegurado en Cristo.

En resumen, este pasaje de Filipenses nos recuerda que no somos solo habitantes temporales de este mundo. Nuestra ciudadanía está en los cielos, y estamos esperando a nuestro Salvador, quien vendrá para transformar nuestras vidas y cuerpos para siempre. En esta esperanza encontramos fortaleza y propósito, sabiendo que el mejor de los futuros nos aguarda en la eternidad con Cristo.

La Ciudadanía Celestial y la Transformación del Cuerpo

Reflexión sobre Filipenses 3:20-21